domingo, 22 de noviembre de 2015

El barça destroza a Benitez

Otra noche más, otro día mágico inexplicable definir lo que se siente en días como ayer para un culé como yo. Brutal el partidazo que jugó el Barça, brutal lo que causo este destrozo en el Madrid, el eterno rival, el enemigo, vió en su campo, en su santuario como les llegaban los goles uno tras otro, ante un Madrid falto de actitud, impotente viendo como el Barça le daba una lección de fútbol de trabajo y esfuerzo, ni a Messi necesito el Barça para llevarse la victoria.


Loa azulgrana están mal acostumbrados a una generación que ha vivido un 0-3, un 2-6, un 0-5 y el gustazo de este año. Los números dicen que sólo le sacan seis puntos de diferencia al Madrid y que al calendario le quedan muchas hojas que cortar, pero las sensaciones de un equipo y de otro tienen un universo entre ellos. Y se expande. Y sin Messi.


Sergi Roberto, con su cara angelical de no haber roto un plato, rompió el Clásico en diez minutos. Los que tardó en aprovechar la superioridad azulgrana en el centro del campo. Se veían los huecos en el campo blanco desde la Estación Espacial Internacional. Y el chaval se puso a esquiar sin nieve, a bailar en un slalon en césped para encontrar con un grito de tobillo de bailarín el pase perfecto para un Luis Suárez que no definió, adornó la jugada con un toque de exterior sensacional con destino al lateral de la red de Keylor.


Fue el primer versículo del libro del Apocalipsis blanco. Un Madrid sumido en la incomodidad se mostró incapaz de robarle el balón a un Barcelona que tampoco hizo el partido del siglo. Le bastó con ir madurando a un equipo que llevaba tiempo amenazando caerse del árbol. Sin ideas ni feeling, como si se vieran por primera vez en dos semanas cuando en realidad han aprovechado ese tiempo para preparar el Clásico. Jugar al ataque no es un acto de propaganda que se pueda pregonar en la previa, es una actitud. La que le faltó al equipo de Benitez.


El propio Sergi Roberto perdonó un 0-2 que acabó por convertir Neymar en el minuto 39, con la maginifica colaboración de Iniesta. El manchego hizo la croqueta delante de dos rivales en el centro del campo, encontró vía libre y picó el balón lo justo para que el brasileño se encontrase frente a Keylor y con ventaja. Pareció querer dársela a Luis Suárez, pero como en estado de gracia todo sale bien, Navas la desvió hacia su propia portería. La bronca se veía venir y pudo ser peor si Marcelo no hubiera sacado el 0-3 de Suárez de milagro al borde del descanso, una jugada que hubiera reencarnado a Ronaldinho en el cuerpo de Neymar.


Las mismas cartulinas que sirvieron para rendir homenaje a París antes del partido se ultilizaron 45 minutos después para despedir al equipo con una pañolada en la que recibió hasta el apuntador. No se salvó ni Florentino, que escuchó gritos de dimisión. El Madrid fue un despropósito, desde el desaparecido Danilo hasta el inerte Benzema. Se sabe que no eran once maníquies vestidos de blanco porque en ocasiones se movían. James, que fue titular y no estuvo excesivamente mal, fue el primer cambio blanco. Si fue un recado al colombiano, al palco o una decisión táctica sólo lo sabe Benitez. El caso es que no le salió bien porque el cambio, Isco, acabó por autoexpulsarse y al Madrid le suigieron cayendo goles.


 El tercero, todo un insulto a la intensidad. El Barcelona sacó el balón jugado desde la defensa ante la indolencia madridista y lo culminó Iniesta con una pared al borde del área de Keylor con Neymar con tanta facilidad como precisión. Su zapatazo a la escuadra fue impecable. Los de Luis Enrique se gustaron y cuando la MSN se reunió pareció que jugaban en el parque de debajo de casa. Fallaban y se reían entre ellos, con muchísima superioridad. El cuarto, de Luis Suárez, quedará en la historia como un tanto con el Madrid ya roto, pero sus dos amagos hasta que tumbó a Navas para definir con calma y cerrar un marcador histórico fueron de museo.


Y quedaba un cuarto de hora para sufrimiento madridista y para que Piqué, que huele sangre como nadie, se lanzase al ataque para hacer él el quinto, que no llegó, como tampoco lo hizo el primero blanco gracias a un Bravo espéndido, superior, que dejó unos paradones de museo que tal vez el paso del tiempo entierre tras el resultado. Todo era felicidad en el vestuario culé después de destrozar el proyecto recién nacido del eterno rival.









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